Resignación

La tarde iniciaba con un triste resplandor amarillo de sol asomándose por el rincón de nuestra habitación. Algo sucedía. No podía equivocarse el horizonte que trataba inútilmente de evadir las tinieblas. Pero esta vez, lo podía oír gritar. No podía equivocarse el can de la calle segunda, que aullaba como si le arrancaran el alma. No podía estar equivocado el aire frío, seco y llovisnozo de esa tarde. Atendí el teléfono con el temor de las inocentes almas que se separan de sus creadores, que se separan de su dulce seguridad, calor y ternura. El frio me helaba los huesos, pero que podía hacer, solo soy un triste mortal. Ya han pasado 3 semanas, 2 días, 8 horas y 32 minutos desde que colgué ese fatídico teléfono gris de desagradable amorfidad. Ahí inició el proceso. El primer síntoma apareció como un espectro de mal augurio. Sentí que una parte vital de mi ser me fue arrancada, como cuando se arranca el velo de lo incógnito. Toda la piel perdió su brillo. Empecé a secarme. Nuestra relación está prohibida me dijiste. Como le explico a la diosa del amor lo que está permitido. Tengo la piel rota. Se separó la juntura del hombro hoy cuando abrazaba tu almohada, lo hice tanta fuerza que se rasgó y la cobertura resbaló como un guante demasiado grande. No me pareció extraño, estaba tan triste, todo me sabe a desgracia, todo lo miro con distancia, me siento vacío. Ahora empecé a desangrarme. Cerca del amanecer fui al baño, un fluido se vertía por mis orejas y las narices, al encender la luz pude ver que era sangre. Arrimado, al lavabo, esperé hasta quedar seco como un atado de paja. Inicié la tarea de reparar mi desastrosa figura. Era una tarea imposible, lo sabía. Pero la perseverancia fue algo que aprendí de ti. Tenía la piel de mi cuerpo unida por hilos de todos los colores, incluso la epidermis de mi rostro se me había caído, aburrido de coser, la pegué con cinta adhesiva alrededor de mi cabeza. Ya no importa nada. Si camino, si me siento, si me acuesto, todo da igual. Solo puedo sentir que me voy secando por dentro y el dolor es tan fuerte que ya no lo puedo sentir. Debo resignarme a tu partida, debo resignarme a mi nuevo “yo”, ese “yo” que con una leve brisa se convierte en polvo. En polvo de tristeza y olvido. Te extraño. Me estoy rompiendo, me he caído a pedazos. La parte de mi ser que guardaba la esperanza cayó hace 3 días por el desagüe del patio. La ilusión se me resbaló el mismo día del inicio y cuando sucedió, causó un estruendo tan fuerte que rompió el sello de los amargos, estos empezaron a salir a la luz como si fuera un día de recreo. Cuando se encerrarán nuevamente, no lo sé. Pero sus tormentos me hieren y me persiguen con una malvada intención de muerte. Sé que no regresarás, pero, como le explico eso a la diosa del amor. Hoy logré tomar mi alma antes de que caiga al suelo, la guardé en un frasco de cristal. Alguien quizás después la saque de allí y la haga brillar.